Reproducción y producción – Rote Zora

Alejandra3muchchas

Nuestros pensamientos seguían alrededor de la relación de reproducción y de producción en los llamados Estados o metrópolis del bienestar. Las teorías de izquierdas, que conectan todos los análisis sociales con las relaciones de producción, no pueden concebir las condiciones sociales de las mujeres y del ser mujer en esta sociedad. Los análisis feministas han observado cómo las labores de reproducción de las mujeres (por ejemplo: el embarazo, el parto, la crianza, la educación, la manutención psíquica y física de los hombres, el trabajo social no remunerado en la sociedad) se explotan intensamente a través de su conexión con la producción, con el trabajo asalariado de los hombres (además de la mayor explotación de las propias mujeres en el trabajo asalariado). El trabajo asalariado capitalista se fundamenta en el trabajo reproductivo no remunerado de las mujeres. La definición de la «esfera de reproducción» y el poder sobre ella, el control sobre las mujeres, es el principio central del patriarcado blanco.

Pensamos que estos análisis, aunque los presentamos sólo muy superficialmente, no van lo suficientemente lejos: la re-producción es mucho más que su definición en la dualidad patriarcal-capitalista de producción y reproducción. La reproducción en esta dualidad ya forma parte de la organización del dominio masculino.

El productivismo patriarcal capitalista —el principio del dominio de producir plusvalía, acumulación del capital, de la mercancía por encima de la sociedad, de las humanas y de la naturaleza—, está orientado hacia la destrucción del trabajo como tal, que se realiza para conservar la existencia social de las humanas, para su alimentación, su salud, su re-generación (a todas luces), su cultura, su alegría de vida, a fin de transformarlo para sus propósitos e integrarlo en sus estructuras de explotación.

Es cierto que ya existía la división sexual y también jerárquica del trabajo mientras que la re-producción social (la conservación y la formación de la existencia individual y colectiva) fue la base del modo productivo, pero el qué y el cómo se producía se orientaba todavía —pese a toda la desigualdad— hacia las necesidades de supervivencia de todAs y garantizaba la continuidad de la existencia.

Con el asalto colonial se realizó el primer gran empujón del productivismo patriarcal que significaba la base material para el «desarrollo» de la sociedad occidental, «civilizada», capitalista-burguesa: el robo y la destrucción de la (capacidad de) reproducción de otras sociedades (de sus formas de re-producción, de sus estructuras sociales, de su cultura), sin ningún respeto ante las colectividades vivas.

Paralelamente se forzaba de manera masiva a la desposesión y al sometimiento de las mujeres a través de la caza de brujas: la expulsión de las mujeres del ámbito público, la expropiación de sus capacidades reproductivas, la destrucción de su autonomía y la ruptura de su resistencia para conseguir por la fuerza la «colaboración razonable» de las mujeres en el patriarcado capitalista heterosexista. Con el propósito de asegurar su existencia y de obtener este «poder prestado», muchas mujeres blancas aceptaron/aceptan esta filiación, muchas otras fueron asesinadas.

Ambos procesos: el asalto colonial y la caza de brujas están unidos, aunque no se les pueda comparar de por sí. Para el productivismo patriarcal capitalista, la destrucción de la autonomía reproductiva es la base de su existencia, un proceso permanente, su «elixir» de vida para el desarrollo de una productividad de un aparente sinfín de posibilidades (el poder destructivo tecnológico-militar incluido). No hubo ni hay ningún «desarrollo» de los blancos sin la destrucción de las sociedades negras, ningún patriarcado capitalista sin la separación de las mujeres (de las Negras y de las blancas de maneras diferentes) de sus bases de subsistencia y de su amplio saber re-productivo.

El asalto imperialista-colonial del sistema patriarcal capitalista sólo pudo/puede funcionar con la integración de las mujeres blancas, de manera que las condiciones en los Tres Continentes se basan, entre otras cuestiones, en la relación patriarcal de géneros impuesta aquí. Del mismo modo como la relación de géneros metropolitana sólo es posible en esta forma (aseguramiento a través del hombre, posibilidades de hacer carrera para las mujeres, estatus racista de la mujer blanca como ama) a causa del robo colonial y del racismo. Nos parece importante para el desarrollo de una perspectiva común comprender la condicionalidad de ambas relaciones de género al influir en las condiciones sociales y materiales de las mujeres.

Entretanto, el proceso destructivo a través del productivismo patriarcal ha avanzado de tal manera que ya casi no existen en ninguna parte del mundo sociedades que se reproduzcan a sí mismas y, respectivamente, tampoco existen prácticamente ningunas «trabajadoras de subsistencia». Las mujeres de África, Asia, América Latina, las aborígenes de América del Norte y Australia luchan más bien por sus posibilidades de supervivencia que contra esta destrucción omnipresente.

Más atrás, en el capítulo sobre internacionalismo, se describió que las mujeres en todo el mundo oponen su resistencia contra este proceso y desarrollan sus propios ámbitos de acción, estrategias de vida y fuerza; lo que Vandana Shiva llama la lucha por el «principio femenino». Ella deduce esta comprensión de la cultura de la India, o sea asiática, que no se puede traspasar simplemente a nuestro contexto, sin embargo, con ello determina una dirección: la lucha por la re-producción en un sentido amplio, dirigida contra la dualidad de reproducción y producción, podría ser uno de los fundamentos de la lucha de las mujeres contra el patriarcado también aquí.

En la «esfera de reproducción» capitalista se desarrollan contradicciones y rupturas, que representan igualmente unos puntos de referencia importantes para el desarrollo de las luchas feministas.

La transformación total de la re-producción en algo aprovechable para el capital y la lucha por la existencia, se llevan a cabo en primer lugar sobre la espalda de las mujeres: están cada vez más expuestas a su aprovechamiento total, tienen que igualar los ingresos en descenso a través de trabajos extras y se confrontan con la creciente violencia por parte de los hombres.

En esta discusión nos dimos cuenta de que nosotras mismas estamos tan profundamente integradas en la definición dualista de las ideas, que no podemos desarrollar ni tan siquiera una visión feminista de la re-producción, la cual exige una perspectiva completamente nueva para nosotras. Nuestras ideas están determinadas por el rechazo de la esfera productiva definida como masculina, como también de la esfera reproductiva definida para las mujeres. ¿Qué forma de entender la re-producción tenemos que elaborar para nosotras, y qué visiones, posibilidades de lucha y estrategias políticas de/para las mujeres se pueden deducir de ésta?

Texto extraído del libro de Rote Zora La danza de Mili sobre el hielo.

Bien común

La noción de bien común no es de por sí despreciable. Cuando hace unos años, por ejemplo, Ramón Germinal escribió un ensayo sobre el agua1, opuso lo común tanto a lo privado —o sea al Mercado— como a lo público —o sea al Estado—, valorando aquellas historias y aquellas experiencias de autogestión y de gratuidad (de las fuentes y de los servicios hídricos) sobrevivientes al industrialismo y a su necesidad de centralización y de burocracia.

Sobre la cuestión del agua los diferentes grupos políticos pro-referendum, asociativos, desobedientes y sindicales en cambio han confundido con arte el concepto de común con el de público.

Estos rey Midas a la inversa —que transforman en mierda todo lo que tocan— no alcanzan a imaginar nada que escape de los margenes de la ley. De la misma manera en que no saben reactivar —ni tan siquiera mentalmente— aquella historia popular hecha de usos cívicos, de reglas comunales, de relaciones vecinales, de fraternidad, de apoyo mutuo. Una historia que el Poder ha comenzado a destruir furiosamente ya a finales de la Edad Media. Primero con la urbanización forzada y la industrialización, luego haciendo que las comunidades humanas sean cada vez más dependientes de sus aparatos tecnológicos y burocráticos. En la guerra que han implementado contra la gratuidad han utilizado todas las armas: el desarraigo, la horca, la cárcel, las sirenas de la comodidad, las promesas religiosas y la actividad asalariada de una multitud de juristas, economistas, sociólogos y filósofos.

Pero donde la falsificación alcanza lo grotesco es cuando se quiere aplicar —reivindicándola— la noción de bien común a algunos aspectos de la producción y de la organización capitalistas.

Para sus paladines, el bien común no es, digamos, el pan —que se toca y se come— sino más bien la «naturaleza cooperativa de la riqueza social», la «fuerza creativa y constituyente de la comunicación», la «producción inmaterial» y el «saber colectivo incorporado en los procesos y en los lenguajes». Éstos, en suma, se creen la fábula que el Capital cuenta sobre sí mismo, tomando al pie de la letra su utopía de franquearse de las necesidades materiales de la vida. Ocultando este minúsculo detalle: si las formas y los objetivos de una actividad asociada son útiles y sensatos, el mejoramiento de la cooperación es entonces un hecho positivo; pero si en cambio las formas y los objetivos son aprisionados con las cadenas del beneficio y del poder, ¿según qué hechizo una acrecentada capacidad cooperativa de los seres humanos se vuelve un factor de libertad (si no incluso de comunismo)? ¿Puede ser realmente común aquello que se aleja cada vez más de los sentidos, de los cuerpos, de la comprensión, del control e incluso de la facultad imaginativa de los co-asociados?

Si luego notamos que los epígonos fracasados de la Autonomía —la cual había hecho del rechazo al trabajo su rasgo más característico— hablan hoy del trabajo como bien común, es difícil pensar en una inversión más completa del sentido. El trabajo asalariado como bien común: no hay nada más lejos de la realidad.

La escuela, que en otro tiempo se la definía como instrumento de selección de clase y de reproducción del consenso, también se vuelve bien común. Y más en general el «saber», sin siquiera hacer un esfuerzo por aclarar que saber escapa hoy a la valorización capitalista. Incluso las metrópolis —es decir, la continuación en el espacio del conflicto de clases— se vuelven bien común. No éste o aquel rincón del barrio, este edificio, esta práctica o aquella experiencia, sino la ciudad como tal. El infierno arquitectónico y urbanístico se transforma así en un paraíso a defender.

Aunque desmentir estas groseras mistificaciones es en general muy fácil, no podemos estar satisfechos con eso. Intentemos hacer otros razonamientos.

Si nos quedamos en el terreno de los «recursos naturales», la noción de bien común no pone problemas particulares. En cambio cuando se entra en lo vivo de las relaciones sociales la cuestión se vuelve bastante más complicada. Toda discusión sobre lo que es «bien común» gira en vano sin un mínimo de comprensión acerca de lo que podría ser una sociedad —o una comunidad de humanos, o unión de individuos únicos o como se quiera llamar— libre de opresión. En fin, en juego está el modo mismo de concebir la libertad y, por lo tanto, la transformación social. Si la perspectiva es la de heredar este mundo —quizás sin una finanza malvada, sin patrones obtusos, sin gobernantes corruptos, sin multinacionales, etcétera—, entonces se pueden considerar bien común las actuales estructuras tecnológicas y productivas (en el intento de cambiar las relaciones que las rigen y los productos que fabrican). Si por el contrario se piensa la libertad en términos de autonomía y reciprocidad —o sea, muy sencillamente, en términos de saber, en cuanto individuos asociados, lo que se hace—, entonces la perspectiva no puede ser otra que el desmantelamiento «radical, racional e irreversible». Desmantelamiento no sólo de los órganos represivos y financiero-especulativos, sino de las bases mismas de la colectividad capitalizada, de la comida a los transportes, de la técnica a las relaciones amorosas, de las casas a los barrios, del conocimiento social a la relación con la naturaleza. Es en esta perspectiva que la noción de bien común toma su sentido concreto.

Entonces bien común es aquello que entra en conflicto con el actual orden de las cosas, esa mezcla de exigencias, de valores, de experiencias, de prácticas, de saber hacer que podría transfigurarse en un modo y en un mundo distintos. Ya me parece oír a los realistas: «¿a destruir todo entonces?». No, todo no. Hay una «cosa» que debemos defender, reconstruir y afinar: la posibilidad de destruir (y de habitar la destrucción).

Bien común son, en este sentido, las luchas de los oprimidos que nos han precedido y aquellas capacidades —de edificar, de cultivar, de cocinar, de organizarse— que el Capital no ha exterminado del todo. Por lo tanto, el bien común no puede interesar de una misma manera (inmóvil y superior al conflicto social) a explotadores y explotados. Ni pertenece genéricamente a los «territorios», sobre todo en una época en la cual el hábitat humano no es la norma, sino la excepción producida por la ruptura y por las prácticas de autoorganización. Ya Leopardi2 ironizaba, con su habitual y refinado sarcasmo, sobre los gazzettieri3 y los filósofos progresistas de su época, haciendo notar que es bien curioso que la suma de los malestares individuales produzca, como por arte de magia, un bien común. Pero no sirve tanta filosofía, basta el mínimo coraje para acercarse a ver detrás de este póquer trucado unos seres aislados, alienados, derrochadores de sí mismos y del mundo en el cual sobreviven sin realmente habitarlo ¿pueden de verdad compartir un «bien común»?

Adolf Hitler decía, en una famosa entrevista, que a diferencia del marxismo el nacionalsocialismo no socializaba las fábricas o los bancos: socializaba a la gente. Programa este, como se puede ver, ampliamente continuado y perfeccionado por las democracias. Sin romper con esta socialización no hay posibilidad de compartir. La convivencia —evocada en todo momento por sacerdotes y políticos— emerge realmente sólo allí donde se rompe el orden de la separación y renacen juntos la soledad y el encuentro, ambos suprimidos por la sociedad de masas.

Como se puede ver, el concepto de bien común necesita puntualizaciones. Aparte de algunos aspectos de base —eso que podríamos llamar características genéricas de la especie, también éstas bajo ataque por parte del dominio—, el bien común no es separable del ideal de vida por el cual luchamos, del modo en el cual nos pensamos como individuos en el mundo. Y este ideal no es —hoy menos que nunca— un «recurso» ya disponible. Se manifiesta solamente en el enfrentamiento, lo anuncia y lo define. Un enfrentamiento ya definitivo, entre el ser orgánico y la mercancía. Es algo que chorrea de las luchas, las prefigura, las enuncia y las traspasa. Está engastado —como posible, no como algo dado— en el vientre putrefacto del presente, viene desde lejos y no sabemos de antemano hasta donde llegaremos siguiendo las evidencias, los enigmas, o los jeroglíficos. No es un producto que se compra y se vende en la feria de las buenas intenciones. Es una perla que se encuentra en lugares de todo menos que fáciles: senderos arduos en medio de las ruinas.

Matus

[De Invece #12 de febrero de 2012, traducido y publicado en Aversión # 4 de mayo de 2012]

    1. 1Ensayo recogido en Ramón Germinal, Vivir en el alambre. B. S. Hnos. Quero – Muturreko Burutazioak 2005. [Nota de trad.]

    1. 2Giacomo Leopardi fue un poeta, filósofo y filólogo italiano que vivió en el siglo XIX. [Nota de trad.]

    1. 3Periodistas de poco nivel. [Nota de trad.]

    2. Los 30 derechos humanos: https://los30derechoshumanos.com/

SIGLAS

Entonces confías en el FRP, junto a restos de la ARP, nostálgica del PVP, del FPL y, por qué no, de la UP
Pero no conseguías olvidar las deliciosas reuniones del MALENA
—eran los tiempos en que el FRIP se fusionaba con Palabra Obrera para formar el PRT— Secesiones sionistas fundarían PO
De paso por LIM —TAU fuiste a dar en el FA —y en esa noche de los bastones largos optaste por EA— posteriormente EA (A)
Fanatizada por la guerrilla agraria partiste hacia Formosa y en el camino un joven estudiante a la sazón contacto de LVR tanto te entusiasmó con el PCCNRR (era una época en que el revolucionarismo de los grupos se medía por el número de consonantes de sus siglas)
que te afiliaste a ARFYL; cuando llegó el momento de votar, en la iglesia, te volcaste a la TERS, ¡porque sus críticas al programa del UAP eran perfectas!
no tanto como para que en la ruptura de UPE —cuando lo de la OLAS— te sumaras a EC —en Filo TAR—
Lo cual estuvo a punto de costarte la expulsión del MAVIET —apenas te mantu­vo tu amistad con el MAR— que, en cierto modo, te recordaba al PSAV, antes LDA, cuando ni imaginabas que el ya descalabrado PSA devendría a la larga PSP, PST, CSA
Acaso fue a partir de la lectura de un material del CyR —escrito por un ex del EGP— que comenzaste a revalorizar el rol del MNRT, cuando hasta ser del PEN era tenido por sospechosamente cómplice del SUD, la CGU
Nadie pudo entender tu reivindicación del MLLFL —un grupo tan ridículo como la UJ o la UPI
(Tan sólo algunos férreos militantes del PO (T), que levantaban, desde hace tantos años, las consignas del POBS)
Por ello en la escisión de la CGTA
Se te vio tan afín a las 62 —anticipando, de alguna manera, tu adhesión a la línea del JAEN— que más de uno te creyó cogida en las espesas
redes de la RF
(en el contexto algo tan siniestro
como montarse al MID en la fractura de UCRI)
Te hiciste tan compinche de los adolescentes de la UES, y, paralelamente, tan adicta al FOEP
que no hubiera extrañado que llevaras los panfletos del PSIN al mitin de LT
Fue allí, cuando por una disputa personal con un cuadro del MAP tuviste esos desafortunados encuentros con VC
con que sólo lograste enemistarte tanto con los núcleos obreros del PT
—cuyo apoyo bien te hubiera servido para enfrentar la desviación del MARA—
que aquéllos prefirieron la postura de la JSA en la cuestión del CAR antes de que la LIR, aliada al LUCHE, desbancara al TUPAC (cuando ya se venía el apogeo del CEP, de la CA)
Pero con la derrota de SITRAC, recalaste en CENAP, definitivamente hostil al PCR y, aún, al PRC
—no dejaste por eso de vigilar de cerca las intrigas del FRA ni de atacar, oculta en el control de una acción del CD, los planteos ultristas de TC respecto de las FAL—
y tan fiel al PB
que en lugar de treparte alegremente al camión del FREJULI —junto al MNY y al PPC—
¡quisiste echar a gritos a un viejo carcamán del PCP de una UB de las FAR!
—perdiendo así tus últimos enlaces con el MOR
Y, tras la disolución del CPL, se volvió tan difícil combinar tu íntima simpatía por el GOR y, más, por la FR
con la loca aventura del PA aliado al 22
que aceptaste esas charlas ominosas con las bases de EO
en ese mismo bar donde tu compañero del PCML— que estaba haciendo entrismo en LC—
rompió contigo, en medio de la crisis del FAS.

El autor agradece la colaboración de las siguientes organizaciones:
Frente Revolucionario Peronista, Acción Revolucionaria Peronista, Partido Vanguardia Popular, Fuerzas Populares de Liberación, Unión Popular, Movimiento de Liberación Nacional, Frente Revolucionario Indoamericano Popular, Palabra Obrera, Política Obrera, Partido Revolucionario de los Trabajadores, Línea Independiente Mayoritaria, Tendencia Antiimperialista Universitaria, Estudiantes Antiimperialistas, Estudiantes Antiimperialistas (Auténticos), Lista Violeta Reformista, Partido Comunista Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria, Acción Reformista de Filosofía y Letras, Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista, Unidad Antiimperialista Programática, Unidad Programática Estudiantil, Organización Latinoamericana de Solidaridad, El Combatiente, Tendencia Antiimperialista Revolucionaria, Movimiento Argentino de Solidaridad con Vietnam, Movimiento de Acción Revolucionaria, Partido Socialista Argentino de Vanguardia, Los de Abajo, Partido Socialista Argentino, Partido Socialista Popular, Partido Socialista de los Trabajadores, Confederación Socialista Argentina, Cristianismo y Revolución, Ejército Guerrillero del Pueblo, Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara, Frente Estudiantil Nacional, Sindicato Universitario de Derecho, Confederación General Universitaria, Movimiento Línea Las Flores Luján, Unión de Jubilados, Unión de Propietarios de Inmuebles, Partido Obrero (Trotskista), Partido Obrero Basado en los Sindicatos, Confederación General del Trabajo de los Argentinos, 62 Organizaciones, Juventudes Argentinas de Emancipación Nacional, Rama Femenina del Partido Justicialista, Movimiento de Integración y Desarrollo, Unión Cívica Radical Intransigente, Unión de Estudiantes Secundarios, Frente Obrero Estudiantil Popular, Partido Socialista de Izquierda Nacional, Liga Trotskista, Movimiento de Acción Programática, Vanguardia Comunista, Partido del Trabajo, Movimiento Autónomo Radical de Avellaneda, Juventud Socialista de Avanzada, Comandos de Acción Revolucionaria, Línea Izquierdista Revolucionaria, Línea Universitaria Che Guevara, Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combatiente, Comandos Estudiantiles Peronistas, Carta Abierta, Sindicato de Trabajadores de Fiat Concord, Partido Comunista Revolucionario, Partido Revolucionario Cristiano, Frente Revolucionario Antiacuerdista, Cuerpo de Delegados de Filosofía y Letras, Tendencia Comunista, Fuerzas Armadas de Liberación, Peronismo de Base, Frente Justicialista de Liberación, Movimiento Nacional Yrigoyenista, Partido Popular Cristiano, Comandos Populares de Liberación, Grupo Obrero Revolucionario, Fracción Roja, Partido Auténtico, Ejército Revolucionario del Pueblo 22 de Agosto, El Obrero, Partido Comunista Marxista Leninista, Liga Comunista, Frente Antiimperialista por el Socialismo, Partido Conservador Popular, Unidades Básicas, Fuerzas Armadas Revolucionarias, Movimiento de Orientación Reformista.

perlongher
Néstor leyendo alguna poesía con amigas y amigos…

[Poema bufo sobre la historia de la izquierda argentina en la década del 60. Fue escrito en 1978 y publicado en Utopía nº 4, 1985. El único poema de Néstor Perlongher que incluiremos en el libro Los devenires minoritarios.]